Si alguna vez tenéis la posibilidad de visitar Holanda allá por el mes de abril, intentad que coincida con la fiesta nacional más importante de los Paises Bajos, el  “Koningsdag” (Día del Rey) que se celebra cada 27 de abril.

Lo definiré con las dos palabras más famosas del ex-torero: “Im-presionante”.

Dejad primero que os cuente que la historia de este día se remonta a finales del siglo XIX cuando se empezó a celebrar el cumpleaños de la princesa Guillermina el 31 de agosto de 1885 tomando el nombre de “Prinssesdag” (Día de la Princesa). Cinco años más tarde, cuando fue coronada reina, el día pasó a llamarse “Koninginnedag” (Día de la Reina). El nombre se mantuvo con el paso del tiempo no así la fecha de la celebración que cambiaría al 30 de abril en 1948 para hacerla coincidir con el cumpleaños de la entonces reina Juliana. Cuando en 1980 la reina Beatriz subió al trono, decidió mantener la fiesta el 30 de abril en honor a su madre, aunque también creo que influiría algo el hecho de que su cumpleaños fuese el 31 de enero y aquí el tiempo es jodidamente malo por esa fecha. En 2013, justo el 30 de abril, accede al trono el rey Guillermo. La fiesta pasa a llamarse “Koningsdag” y se celebrará cada 27 de abril. Es decir, el primer Día del Rey de la historia debería celebrarse el domingo 27 de abril de 2014. Pero resulta que aquí no se celebran las fiestas populares en domingo, parece ser que en atención a los calvinistas, con lo que la celebración se adelantaría al sábado 26 de abril de 2014.

Y el día llegó.

Cargué a tope las baterías de mi 40D y vacié las 2 tarjetas de memoria. Me puse calzado cómodo, la camiseta naranja como dictan los cánones (lo reconozco, no tuve valor de comprarme las gafas a conjunto). Añadí una botella de agua a la mochila y venga, a Amsterdan que me iba con Marc. De camino a la estación de tren pude observar como la ciudad se había teñido de color naranja. Para ir desde Alphen a Amsterdam es necesario coger dos trenes, uno hasta Leiden (una ciudad bonita de ver) y desde ahí coger el segundo hasta Amsterdam Central. El transporte público aquí es caro, pero la calidad del servicio está muy lejos de lo que nuestras líneas de autobuses y trenes nos ofrecen. Es una gozada llegar a la estación de tren o parada del bus y ver como el transporte llega puntual a su hora. Es una experiencia que como usuario de la R3 de Rodalies no recordaba.

Tras un viaje de lo más agradable y entretenido con tanto “naranjito juvenil”, llegamos a Amsterdam.

¡Una locura!

¡Qué montón de gente!

Por ciertas calles no podías ni andar. Imaginad el día de Sant Jordi en plaça Catalunya o las Ramblas por la tarde. Así por casi toda la ciudad. Una pasada. Y todo de naranja. La gente se pone cualquier cosa que sea de color naranja, todo vale si es “oranje”. También los hay que van disfrazados como si fuese Carnaval.

La ciudad se transforma en un gran mercadillo al aire libre con puestos y casetas de todo tipo. Te muevas por donde te muevas encuentras siempre alguna. Incluso ves gente que saca las cosas que ya no necesita y las vende en la puerta de su propia casa (como en las típicas escenas de las películas americanas). Adultos y críos se las ingenian para sacarse algo de pasta con las propuestas más variopintas que os podáis imaginar que van desde el lanzamiento de huevos al figurante, pasando por el chafa uva-saltarina o la típica foto con el marco de un cuadro poniendo de fondo alguno de los canales de agua que hay en la ciudad y que seguro pillarás con alguna embarcación. Qué digo alguna, con bastantes pues en los canales hay overbooking de barcos, barcas, lanchas y cualquier cosa que flote y pueda aguantar, sin hacer aguas, la cantidad de peña que va en ellas gritando, saltando y bailando. Hay tantas que llega un momento en que dejan de moverse y es completamente imposible distinguir la música, a todo volumen, de cada una de ellas.

Y por las calles sigo viendo a la peña feliz, contenta y alegre. Con la sonrisa de oreja a oreja y con ganas de pasarlo bien.

Los miro y no puedo dejar de sonreír.

Entonces paro un momento y le pregunto al amigo:

“Lo que no entiendo es por qué la gente se vuelve tan loca celebrando el cumpleaños de un rey”  (evidentemente en el inglés que me caracteriza)

A lo que él me responde:

“¿Qué rey?”

 

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